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miércoles, 5 de febrero de 2014

Parábola del hijo pródigo




Fuente: http://elrincondelasmelli.blogspot.com.es

Sopas de letras "El Hijo Pródigo":

Crucigrama "El Hijo Pródigo":



Laberinto "El Hijo Pródigo":



Subraya la palabra correcta y tacha la incorrecta:
1) Un hombre tenía TRES/DOS hijos.
2) El hijo MENOR/MAYOR pidió la herencia a su padre.
3) El hijo AHORRÓ/DESPILFARRÓ toda su fortuna.
4) Acabó cuidando CERDOS/OVEJAS para un rico.
5) ARREPENTIDO/CABREADO, pensó en volver a su casa.
6) Su padre se ENFADÓ/ALEGRÓ de ver que regresaba.
7) Le pusieron unas PLAYERAS/SANDALIAS en los pies.
8) En la fiesta mataron un TERNERO/POLLO para comer.
9) Su hermano MAYOR/MENOR estaba muy enfadado.
10) El hijo estaba BORRACHO/PERDIDO pero lo encontraron.
Fuente: http://educarconjesus.blogspot.com.es
Colorea el cómic "El hijo pródigo":

















Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-
 
La Parábola del Hijo Pródigo
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 Lucas 15, 1-32
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 Lucas 15, 1-32
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 Lucas 15, 1-32
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 Lucas 15, 1-32
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 Lucas 15, 1-32 (Evangelio Ilustrado por Church Forum)
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-
 
Lucas 15, 1-32 (Evangelio Ilustrado por Church Forum)
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-
 
La Parábola del Hijo Pródigo
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 La Parábola del Hijo Pródigo
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

Dios siempre nos ama y nos acoge, aunque nosotros nos hayamos comportado como aquel hijo pródigo.

Lucas 15, 1-32 
"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces les dijo esta parábola. ¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. Dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano. El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado! Pero él le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado".

Reflexión
La debilidad de Dios - Catholic net
Dios nuestro Señor también tiene su punto débil. Y es su infinito amor y su misericordia. Nadie que haya acudido a Él con sinceridad y con el corazón arrepentido, y le haya pedido perdón, ha quedado jamás defraudado. Todo el Antiguo Testamento está lleno de gestos de misericordia de parte de Dios. Accede a las súplicas de Abraham y de Moisés, cuando interceden por su pueblo y le piden perdón por sus pecados; los profetas –sobre todo Isaías, Jeremías y Oseas— fueron fieles transmisores de la bondad y de la ternura de Dios hacia el pueblo de Israel. Pero es sobre todo con Jesús en donde aparece mucho más patente el corazón infinitamente amoroso y misericordioso de nuestro Padre celestial.

Todo el Evangelio es una prueba constante del perdón generoso que Jesús nos alcanza de parte de Dios. Toda su vida pública fue un acto ininterrumpido de misericordia: la predicación del amor del Padre, los milagros y curaciones sin número que obraba por doquier, movido sólo por su gran bondad y compasión hacia toda clase de gente; y, al final de su vida, la entrega más total y desinteresada en su pasión y en su cruz para salvarnos, para redimirnos del pecado y alcanzarnos el premio del paraíso por medio de su muerte y su resurrección.

En el pasaje evangélico de hoy, Jesús nos narra tres hermosas parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo, también perdido y luego encontrado.
Nosotros, los seres humanos, nos perdemos muchas veces a lo largo de nuestra vida: perdemos el camino, la ruta, nos escondemos de Dios y lo ofrendemos, tal vez gravemente. Y quizá en ocasiones no hemos querido saber nada de Él, a pesar de haber sido Él nuestro gran bienhechor.

Él nos ha dado todo: la vida, el ser, la fe, la familia, la educación, los sacramentos, la felicidad… TODO, absolutamente todo. Y nosotros, como hijos malcriados y caprichosos, le hemos echado en cara, con gran despecho e ingratitud, nuestros mismos errores y maldades, culpándolo a Él de nuestra desgracia y ceguera voluntaria.

Ese hijo ingrato de la parábola somos, definitivamente, cada uno de nosotros. También tú y yo, como aquel hijo, hemos pedido al padre la herencia y nos hemos “largado” de casa para vivir a nuestras anchas, libres de la “esclavitud” del padre, para derrochar sus bienes con malas compañías llevando una vida libertina y disoluta. Pero todo lo material es caduco y se acaba. Y, en poco tiempo, el hijo aquel se encontró en la miseria, sin dinero y, obviamente, sin amigos.

Llegó tan bajo en su postración que se puso, en un país extraño, a cuidar cerdos, en una pocilga; hubiese querido llenar su vientre con las algarrobas que comían las bestias, pero nadie se las daba. ¡Hasta dónde había llegado la miseria de aquel que era un hijo de rey! Es eso lo que nosotros, hijos amados de Dios, hemos hecho con nuestra dignidad a causa de nuestro pecado. 

El hijo, entonces, comienza a pensar con inmensa nostalgia en la casa de su padre. Y, para poder llenar su vientre –motivos no del todo nobles, pero Dios se vale también de eso para hacernos volver a Él—, se decide regresar a la casa paterna. Seguramente sentiría una profunda vergüenza y confusión. ¿Con qué cara se presentaría ahora a su padre, después de todo lo que había hecho? Pero su hambre y su necesidad fue más fuerte que su vergüenza. Y se puso en camino. 

Pero lo mejor de todo viene a continuación. Todos los días –continúa la narración— el padre aquel se subía a la terraza del palacio para ver si volvía su hijo. ¿Qué padre, aquí en la tierra, sigue esperando el regreso de un hijo que se ha comportado como un sinvergüenza y como un ingrato, y que ha derrochado toda la herencia? Y, si acaso volviera, con rostro adusto, seguro que le daría una buena reprimenda y un castigo severo para que aprendiera a comportarse como se debe y que todo hay que pagarlo a su debido precio.

Sin embargo, cuando, después de meses y de años de espera, por fin ve venir a lo lejos a su hijo, a aquel bondadoso anciano se le conmueven las entrañas y le da mil vuelcos el corazón; los ojos se le convierten en un mar de lágrimas por la alegría y el alma se le derrite en infinita ternura. Y enseguida, como puede, aquel padre sale corriendo al encuentro de su hijo y se le echa al cuello, lo abraza, lo acaricia y lo cubre de besos. Y enseguida manda que lo laven y le perfumen, le pongan el vestido más rico y espléndido, calcen sus pies con sandalias y le pongan un anillo en su mano, signos todos de su dignidad y nobleza recuperada…

El hijo no se esperaba nada de esto, ni soñó jamás con aquel recibimiento. Él sólo quería un poco de pan y un techo donde cobijarse del invierno, aunque el resto de sus días fuera como el “último de los jornaleros”. Al fin y al cabo, él se lo había buscado y se lo había merecido. Y bien sabía que no era digno de nada más que eso. ¡Y cuál no fue su sorpresa al encontrarse con el corazón inmensamente tierno y cariñoso de su padre, que lo perdonaba y lo seguía amando como siempre lo había amado, a pesar de todo! 

Así de maravilloso es nuestro Padre Dios con nosotros. Él siempre nos ama y nos acoge, aunque nosotros nos hayamos comportado como aquel hijo pródigo. Él nos perdona todo, absolutamente todo, con infinita ternura, incondicionalmente, e incluso nos ahorra la vergüenza de tener que humillarnos. Su comprensión es tan gigantesca y tan misericordiosa que nos hace más fácil el camino del retorno; y cuando, al fin, nos postramos para reconciliarnos, Él nos levanta, nos recibe con un fuerte y tierno abrazo, y nos cubre de besos y de caricias.
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

Primera lectura: Éxodo  32, 7-11. 13-14 (El Señor se arrepintió de su amenaza)

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, nos presenta a Israel, pueblo débil e inconstante, adorando y danzando ante un becerro de oro. Dios perdona al pueblo en atención a las súplicas de Moisés. Escuchemos. 

 Segunda lectura: I Timoteo 1, 12-17 (Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores)

San Pablo, en su primera carta a su amigo Timoteo, alaba la misericordia de Dios. El apóstol es un testigo excepcional del misericordioso amor de Dios con el hombre pecador. Pongamos atención.

Tercera lectura: Lucas 15, 1-32  (Parábolas de la misericordia)

San Lucas nos ofrece tres parábolas (la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo) sobre la misericordia de Dios. 

Jesús cuenta estas parábolas, como respuesta a las murmuraciones de los fariseos y de los escribas, hombres apegados a las leyes, que se creían justos y despreciaban a los que no eran como ellos: "Este recibe a los pecadores y come con ellos".
Hagámoslas práctica en nuestras vidas.
Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 La Parábola del Hijo Pródigo


Foto: DOMINGO 15 DE SETIEMBRE - 24° DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C-

 La Parábola del Hijo Pródigo

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